Octubre ha llegado, el mes perfecto para el apogeo de la mediocridad humana. El consumismo, como diría el perspicaz Jon Snow, "ya viene". Pero antes de que esa avalancha de compras nos devore, se nos acerca Halloween, esa fecha traída a nosotros por dentistas, sociedades secretas, las élites que nos gobiernan desde las sombras, y, por supuesto, los vendedores de calabazas. Así que, busca un caramelo y alista tu mejor disfraz —no furro—, porque la mediocridad está lista para ser repartida, sin hojas de afeitar ni agujas, claro.
En mis tiempos, todo era campo. Y no, no soy tan viejo; es que la única festividad que conocíamos era la del colegio: algún concurso de disfraces y nada más. Ni pensar en salir a pedir dulces a las casas de los vecinos que tus padres odian. Porque crecer es eso, aprender a odiar a tus vecinos. ¡Malditos vecinos! Arruinaron el barrio con su música a todo volumen y sus luces de colores, como si no fuera suficiente declaración de mal gusto pintar las fachadas de sus casas en esos tonos pastel. Ese atentado visual llamado color salmón, arena del desierto, rosa y amarillo. ¡Sinvergüenzas!
Con suerte, durante la época dorada de los 90, cuando la televisión era para toda la familia, había especiales temáticos. Los Archivos X tenían especiales de Halloween, al igual que Buffy y Sabrina, la bruja adolescente —que de adolescente tenía lo mismo que yo de físico de cohetes—. Los que programaban la TV se esmeraban... o no. A veces era un par de especiales y listo; la vigésima repetición de una película de Michael Myers o, si tenías suerte, el estreno de un film que ya tenía cuatro años. Pero si la televisión te fallaba, estaban los videoclubes. El Netflix original que Netflix destruyó. La sección de terror tenía la misma renovación que el parlamento: mínima y escasa. Aún así, era mejor que esperar por la película del 76 de la que ya te sabías los diálogos de memoria.
En mi casa se respetaban las tradiciones, así que nunca se nos ocurrió practicar rituales de esos que se ven en las películas. No hablo de altares ni nada por el estilo, sino de juegos de la copa, la ouija o una invocación al Señor de las Tinieblas. Nada de eso. Seamos sinceros, los demonios son como ocupas: se te meten dentro, te arruinan la casa y luego necesitas un equipo de profesionales para expulsarlos, además de la justicia divina. Esa que, sin Google, espero sepas diferenciar entre causalidad y casualidad. Tampoco es tan difícil.
Para ir terminando, se nos viene un mes a puro Halloween. Porque robar está mal, pero peor es no aprovechar estas fechas para usar el #Halloween y unirse al mercantilismo y al capitalismo. Me despido, que ya se acerca Halloween.
