Cada pelea, cada entrenamiento, cada despedida... todo había sido un minuto extra. Furia sabía que Bolita se dirigía por el mismo camino que Rojo había recorrido una vez. Entonces, Furia reunió todo su poder y, dejando de lado cualquier estrategia, fue de frente contra Bolita. Este intentó una pirueta, una de esas piruetas que Tomás hacía y que a él nunca le parecieron dignas de un gato como él. Pero era eso o el vacío. Bolita no calculó a Lola, que lo embistió de lleno. Los tres cayeron. Un suelo que ningún gato podría resistir. Ella lo sabía. Las heridas de Furia, su edad y las de Bolita... sabía que ninguno saldría ileso de aquello. Los tres caían.
Abajo, Tomás, Naranjo y Lulú escucharon el grito de Lola al embestir a Bolita mientras precipitaban al vacío. Tomás los vio como en cámara lenta. Vio a Furia, su padre, y en un segundo todo se volvió blanco. Frente a él estaba ella, su amiga, Blanca, como una figura angelical. Se acercó, y detrás de ella, también Furia. Blanca lo miró y le dijo: "Salva a Lola. Puedes hacerlo si te concentras. Podrás correr y alcanzarla antes de que toque el suelo." Furia lo miró, con lágrimas en los ojos, y le dijo: "Hijo, gracias por ser quien eres. Lamento haberme dado cuenta tarde de que el peligro más grande era no tenerte cerca. Eres mi orgullo, mi legado." Tomás, con los ojos llenos de lágrimas, abrazó a su padre y, con una voluntad renovada, tomó impulso, saltando y corriendo como un rayo. Logró agarrar a Lola como a un recién nacido, entre su espalda y su cuello, y ponerla a salvo. Bolita seguía cayendo, pero entonces movió su cuerpo, estirándose hasta agarrar a Furia. Girando en el aire mientras se acercaban al suelo, el primero en impactar fue Furia, y encima de él, Bolita.
Naranjo y Lulú se acercaron. Naranjo, con miedo en su corazón, sintió tristeza y culpa. ¿Acaso su madre...? Pero no era Furia. En el suelo, inmóvil, Bolita se levantó, herido, y detrás aparecieron Tomás y Lola.
Tomás vio a su padre y luego a Bolita. Con voz firme, le dijo a Bolita: "Estás desterrado del barrio. Si te acercas de nuevo, no te tendré piedad, ni misericordia." Los ojos de Tomás tenían ese tono eléctrico. Bolita, con una agilidad increíble para un gato herido, se desvaneció entre las sombras. Lulú se acercó; los tres se acercaron para despedirse de Furia. Naranjo observaba cómo los tres se aproximaban. Tomás, al verlo, percibió a alguien que estaba solo. Se acercó a Naranjo y le dijo que se uniera a ellos, que era parte de esa manada, que su lugar estaba con ellos. Después de todo, él era su hermano. Naranjo estaba confundido, y le prometió que pronto volverían a verse, ya no como enemigos. Un rayo cayó, y Naranjo ya no estaba. Tomás, Lola y Lulú vieron cómo la lluvia se desataba y la cueva comenzaba a llenarse de agua. Los tres, heridos, se marcharon, dejando atrás a Furia.
Pero algo sucedió al llegar a la cima de la cueva y mirar hacia atrás: ya no distinguían el cuerpo sin vida de Furia. Tomás sonrió. Lulú, Lola y Tomás vieron la lluvia caer. Lulú no entendía por qué ahora sí entraba el agua. Tomás le explicó que Furia fue cortando las ramas para que Rojo cayera desde lo alto; ese era el plan, y él solo lo cumplió. Lola estaba contemplando que ya no tenía propósito, y Tomás se acercó y le dijo: "Creo que el humano va a tener que trabajar más." Los tres rieron. Se marcharon a casa, mientras a lo lejos Naranjo los veía, libres, con la misma libertad que él ahora poseía: la libertad de su propio destino. Él también tenía un nuevo propósito.
Epílogo
Pasaron varios meses. Tomás, Lulú y Lola pasaban las tardes entrenando. Lola era muy buena enseñándoles a ambos, aunque había algo diferente en Lulú: esperaba cachorritos de Tomás, y Tomás estaba feliz. Los tres estaban felices.
Cada tanto, Naranjo aparecía, no para buscar pelea, sino solo para saludar. Naranjo ahora era el que organizaba las batallas en los tejados, no por poder, sino para organizar a los gatos del barrio y mantener un equilibrio entre ellos y las ratas de la Reina Rata, de la cual se rumoreaba que había iniciado una relación con Naranjo.
En otro lugar, en el interior de un antiguo árbol, estaba Bolita. Después de la pelea, una cicatriz con forma de rayo cubría su espalda. Sentía odio, más odio que cualquier otra cosa. Y entonces, una voz conocida apareció. Un humo rojo comenzó a introducirse, y Bolita fue hacia donde el humo rojo lo llamaba. El humo se hizo uno con Bolita. Sus ojos se volvieron rojos, su pelo negro liso se tornó atigrado en tonos de rojo y negro. Su voz era la de dos gatos, la suya y la de Rojo. Esas voces comenzaron a fusionarse como una sola, y esa voz solo hacía una cosa: reír. Reír porque la guerra era inevitable.
Fin
Tomás volverá pronto...
Tomás, el guerrero de la noche.
