Yo solía comenzar estos blogs presentándome. Luego, usaba alguna frase ingeniosa para decir que yo era un mediocre, para que tú, el lector, no lo fueras. Siempre en un juego de palabras relacionado con el tema del que iba a hablar, que, según mi experiencia, era lo más antiéxito que existía.
El antiéxito, como el nombre de este blog deja más o menos claro, es un concepto del que nunca publiqué algo —Eva, recuérdame que tengo un post pendiente—. ¿Pero qué es el antiéxito? ¿Por qué existe y por qué es el éxito de muchos? Es tan raro que uno se pregunta por qué no colapsa la realidad. Un punto en contra para la teoría de la simulación.
El antiéxito se manifiesta en esas personas con un perfil en el que te preguntas: "¿Cómo es que la vida los ha arruinado una y otra vez?". Es el tipo que ya fundió su quinta pyme y está a punto de lanzar la sexta al grito de "¡Esta vez sí es la buena!", mientras la mafia tailandesa está a dos pasos de convertirlo en comida para gatos, gatos que después se comen a sí mismos (no sé si en Tailandia comen gatos, pero sí son de esa parte de Asia donde si no comen gatos, comen murciélagos).
Yo, por suerte, soy un tipo que se adelanta al fracaso y fracasa de manera mediocre. Porque si vas a fracasar, al menos que sea en tus propios términos y condiciones. La verdad es que fracaso y antiéxito no van de la mano; son familia. Tal vez primos segundos que se conocieron en un baile de disfraces y terminaron enredados. Tres años después se cruzan en el entierro de la abuela, ella presenta un hijo con una deformidad y a todos les "cae la ficha". ¿Ves lo incómodo de esa situación? Eso es el antiéxito: es incomodidad.
Hay gente muy exitosa que lo fue más de lo que uno podría soñar, que tocó el cielo con las manos y no se quemó en la cola del cometa Halley. Sí, existen las quemaduras por frío, para el chistoso que no entienda la metáfora. Pues bien, del éxito al antiéxito hay veinte años de diferencia. Pregúntenle a Marcelo Tinelli, que pasó de ser el dios de la televisión en los noventa y los dos mil a que ahora lo vean quince personas, dejando deudas, cheques sin fondo y estafas por aquí y por allá. Ni San Lorenzo se salvó. Si ese no es el máximo exponente del antiéxito, no sé qué o quién lo es.
Para mí, y para la historia escrita, el mayor ejemplo de antiéxito es el diablo. Pero, ¿por qué? ¿Será por perder la gracia del jefe? ¿Será por ser la representación del mal? No, amigos, no es por eso. Es porque el diablo no necesita ir por ahí insistiendo con "mira una manzana, podemos hacer sidra en unos meses, no sé, tú decides, ¿ves?". Él no necesita hacer que busquemos la tentación de caer no al lado oscuro, sino al lado subnormal de la fuerza. Esa es la capacidad del antiéxito: no hacer nada y recibir los laureles del éxito. Esa es la esencia del antiéxito. ¡Salud, diablo! Te felicito, te quedó bien la saga de películas de Rápidos y Furiosos. Es cosa del diablo, no me jodan.
Para ir terminando, porque ya estoy a ochocientos caracteres de una charla TED —por cierto, odio las charlas TED, es como si les pagaran a personas por no decir nada y al mismo tiempo decir mucho, ideas generales sobre cosas generales—. Hubo un momento en que hasta salieron creepypastas sobre estas charlas, así de mal estamos. Además, eran una especie de stand-up de intelectuales, pero sin chistes de gordas o de pelados. Y todos sabemos que los standuperos se sostienen sobre esos dos pilares. Ni te cuento cuando encuentran una gorda pelada: la cantidad de baba que se les cae es tal que tienen que llamar a un auxiliar de limpieza para que pase un trapo de piso.
Pero ya es tarde. Ya hablé un poco de antiéxito y, como decía Marcelo en sus mejores momentos: "El desodorante que sea Rexona, para el mal olor y la limpieza del orto". Nos vemos la próxima.
