Tomas, el guerrero de la noche Capitulo 13 Revelaciones (parte 3)


La cueva no estaba lejos, pero cada paso hacia ella parecía hundirse en algo más denso que el suelo. Tomás, Lola y Furia avanzaban en silencio bajo la luz anormalmente clara de la luna, que proyectaba sombras largas y filosas.

Al llegar, el aire se volvió denso y húmedo, como si la piedra transpirara. Desde el fondo de la cueva, una figura difusa emergió, envuelta en un humo rojizo.

—Los estaba esperando —dijo Rojo.

Su voz no era una voz, sino un eco que arañaba el alma.

Desde la oscuridad lateral, apareció Bolita. Más flaco, más gris, pero firme. Se colocó junto a Rojo, como si ese fuera su lugar natural.

Tomás no entendía.

—¿Vos también…?

Bolita lo miró sin odio, solo con vacío.

—Yo solo quería que él me viera —dijo, levantando la vista hacia Furia—. Quería que papá me mirara como a vos, pero nunca fui suficiente.

Rojo soltó una risa seca.

—¿Querías a tu padre? Aquí estoy. Yo los engendré. A vos, Furia. A Bolita. A todo este linaje roto. El poder me dio vida, y ahora, con su sangre… voy a volver.

Furia dio un paso al frente, temblando de rabia.

—¡Vos no sos él! ¡Vos lo corrompiste!

Rojo se acercó, y por primera vez, su rostro fue visible: era viejo, pero no débil; gastado, pero aún letal.

—No, hijo. Yo soy él. El primero. El rayo original. El poder me partió por dentro, pero ahora… gracias a ustedes, puedo renacer.

El aire se quebró. Naranjo apareció de entre las sombras, con la mirada vacía y cargando con algo antiguo y oscuro.

—Tomás… —dijo Lola, apenas un susurro—. No estás solo.

Pero la batalla ya había comenzado.

Tomás y Lola se lanzaron contra Naranjo. Las garras volaban. La piedra se astillaba. Era el poder del trueno contra la herencia del rayo, pero Naranjo era más fuerte de lo que esperaban.

Con un zarpazo brutal, arrojó a Lola contra la pared. Cayó mal y no se levantó.

Tomás gritó. Cargó contra Naranjo, pero sus patas flaquearon. El peso de todo lo que ignoraba lo arrastraba hacia abajo.

Desde el otro lado, Bolita y Furia se enfrentaron. Hermanos. Rivales. Víctimas del mismo padre.

—Aún estás a tiempo —susurró Furia, con voz rota—. Él fue bueno una vez. Vos también podés serlo. No dejes que nos borre.

Pero Bolita ya había elegido. Atacó.

Furia no se defendió.

—A veces hay que caer… para que otros puedan levantarse.

Y cayó. Silencioso. Sin quejarse. Murió bajo las garras de su hermano.

Entonces, el cielo rugió.

Un rayo partió la noche en dos y cayó directo en el centro de la cueva. Todo quedó quieto, suspendido.

Y Tomás la vio.

Blanca.

Luminosa. Serena. Detenida en el centro de la tormenta.

No dijo nada. Solo lo miró. Le ofreció algo que no se puede nombrar, y él lo sintió.

El poder del rayo se despertó.

Tomás se alzó con una fuerza que no era suya. Aún no.

Volvió a enfrentar a Naranjo. Ya no eran iguales. Tomás se movía como una ráfaga, como una sombra iluminada.

Saltó. Giró. Cayó sobre él.

Y entonces, rasgó su espalda.

Pero no salió sangre.

Salió un líquido negro. Denso. Pegajoso. Vivo.

La maldad, encarnada.

Naranjo cayó, jadeando. Y entre los espasmos… lloró.

Vio su infancia. La figura de Bolita enseñándole a cazar sombras. Lola mirándolo desde lejos, protegiéndolo sin acercarse. Y por primera vez… sintió.

Quedó inconsciente.

Tomás giró. Blanca ya no estaba.

En cambio, Rojo cayó de rodillas. Parecía derrotado, pero algo se movía en su interior.

Su cuerpo… cambió.

La sangre de Furia. El dolor de Naranjo. La traición de Bolita.

Su piel se tensó. Sus ojos brillaron.

Renació.

Ya no era solo humo. Ahora era un gato real. Atigrado. Gris, marrón. Como tierra mojada. Como la guerra hecha carne.

Bolita se puso a su lado.

Tomás quedó solo.

Lulú, oculta en los laberintos de las cuevas, sintió que algo la llamaba. Era una voz familiar, guiándola por los recovecos oscuros como una luz que iluminaba el paso en la oscuridad.