El contador de historias: Penitencia


El castigo ha sido para los humanos un instrumento destinado a la retribución por lo que han cometido, aunque, a veces, la culpa es el mayor de los castigos. En esta historia conoceremos a Lucas, un hombre que siempre quiso expresarle sus sentimientos a una compañera de trabajo, una de la cual se ha hablado. Como los planetas y las galaxias, todo está conectado, incluso el vuelo de una mariposa.


Lucas estaba en el lugar de los hechos, el parque donde su compañera y amiga se había sacrificado. Algunos decían que había sido un suicidio sin sentido, pero él sabía que no era así. Hace dos años, en ese mismo parque, empezaron a llegar a la veterinaria perros y gatos con síntomas extraños, una enfermedad sin explicación. Lucas y Micaela intentaron tratar a tantos animales como pudieron, pero era una carrera contra el reloj. Parecía que las mascotas sufrían envenenamiento por metales pesados, pero no había nada concluyente. Lucas quería hacer una autopsia, pero las familias no querían saber la verdad, ya que no salvaría a sus mascotas, que ya descansaban.


Se rumoreaba que la municipalidad escondía algo, que había casos de niños con cáncer e incluso personas en situación de calle que se enfermaban, pero eran casos aislados o simples suposiciones. Lucas sabía que algo sucedía, pero no sabía qué hacer ni a quién recurrir.


Sentado en un banco, vio a una pareja que caminaba cerca con un gato. Iba a levantarse e irse, pero antes de hacerlo, dejó una rosa en la reja del parque. La pareja se acercó, le pidió disculpas y le preguntó si conocía a quien había salvado a los gatos. Lucas respondió que sí, y los tres se sentaron a hablar.


Lucas conoció a Florencia, una enfermera que había estudiado veterinaria en la misma época que Micaela, y a Eduardo, su pareja, quien tenía uno de los gatos que se había salvado. Parecía que el destino los había unido. Todas las pistas apuntaban a una persona: Raquel Sevallos Bustamante, una respetada empresaria que había intentado adueñarse del parque. Se trataba de más conjeturas que pruebas, pero la muerte de los animales, los niños y las personas sin hogar parecía estar relacionada


Decidieron dividirse para avanzar más rápido: Lucas inspeccionaría el parque y el lago, mientras Florencia revisaría registros, diarios de la veterinaria y archivos de la municipalidad.


Lucas recorrió el barrio, entrevistando vecinos y cuidadores de animales. Algunos recordaban camiones descargando sustancias cerca del lago; otros, que ciertos días los perros se comportaban de manera extraña; un empleado municipal mencionaba órdenes para “proteger algo”, sin dar nombres. Cada testimonio aportaba fragmentos de información confusa, pero necesaria.


Florencia, por su parte, revisaba los diarios de Micaela y los registros médicos de los animales enfermos. Fechas, síntomas, tratamientos fallidos… todo comenzaba a revelar un patrón. Entre páginas amarillentas y notas borrosas, los recuerdos de Micaela aparecían: su lucha por salvar a los animales, la frustración de verlos morir, y la esperanza de que alguien continuara la búsqueda de justicia.


Mientras tanto, Lucas examinaba el lago y sus alrededores, recogiendo muestras de agua y sedimentos. Los análisis eran contradictorios, a veces revelando nada, a veces pequeñas pistas: partículas de metales pesados, residuos extraños, huellas de lo que parecía un envenenamiento planificado.


Finalmente, comparando notas y hallazgos, Lucas y Florencia cruzaron información: fechas de enfermedad, patrones de contaminación y testimonios de testigos coincidían. Todo apuntaba hacia Raquel y al lago. El narrador, distante y omnisciente, recordaba que “a veces la verdad aparece en dos lugares a la vez, y solo la unión de ambos caminos revela el mapa oculto”.


Rápidamente, descubrieron algo impactante: Colitas, el gato de Eduardo, tenía rastros de veneno. Florencia recordó que, cuando iban al parque, Colitas casi nunca comía ni bebía nada. Eduardo y Lucas se miraron y, casi como una epifanía, se dieron cuenta: “Debe ser el lago”.


Se hicieron tantas pruebas, de tantas formas, que la justicia tuvo que actuar. Dos semanas después, el lago fue purgado. Había rastros de metales pesados y residuos tóxicos, un escándalo que apuntaba a Raquel, la mujer que había puesto todo en marcha.


Pasaron varios meses y ella seguía en coma, producto de un accidente. La justicia había enviado a dos oficiales a las afueras de la habitación del hospital, a la espera de que despertara. Entonces, un apagón dejó al hospital a oscuras. Los oficiales buscaron en la habitación y no había nadie. Estaba vacía. “Esto es algo que me sorprendió. Por primera vez en miles de años, alguien se atrevió a dejarme en las sombras.”


La noticia del misterioso escape de Raquel se hizo nacional, pero Lucas, sentado en el banco frente al lago, solo quería justicia para su amiga. Esa misma noche, mientras las sombras se alargaban sobre el agua seca como las ramas que han perdido sus hojas en otoño, una mujer apareció de la nada, sacó un cuchillo y lo atacó con precisión. Lucas cayó al suelo, y Eduardo, llegando con Colitas, encontró a su amigo tirado, mirando hacia el lago.