Instrucciones para respirar en martes de humedad



La niebla llega sin aviso,
como un velo que disfraza el mundo,
diluyendo las formas, confundiendo las certezas.

La humedad se cuela en los huesos,
recordándonos que no todo es sólido ni definitivo,
que hay espacios invisibles donde las cosas cambian.

El tiempo parece detenerse,
no por voluntad propia, sino porque en su magia
el invierno borra las líneas entre ayer y mañana.

Y en esa quietud envuelta en vapor,
hay una invitación a observar sin prisa,
a respirar sin afán,
a ser espectador y partícipe del instante que se escapa.

No hay heroísmo en el frío,
sólo la verdad silenciosa de lo que es,
de lo que fue y de lo que será,
desdibujado, suspendido, pero real.

El invierno no apura, ni reclama.
Su paso lento es una pausa en la carrera,
un recordatorio sutil de que incluso el tiempo,
el gran tirano invisible, se permite descansar.


En la humedad y la niebla hay secretos,
ecos de cosas que no vemos pero sabemos que existen,
una magia muda que no busca brillar,
sino simplemente ser.

Respirar en martes es un acto de resistencia,
una manera de decirle al ruido del mundo:
“Por ahora, detente. Observa conmigo.”

Porque en la bruma, en la calma,
la vida se revela sin urgencias ni prisas,
como un susurro que sólo el que escucha
puede entender.