Con Naranjo derrotado, el tejado se llena de gritos de celebración, pero esta victoria tiene un sabor amargo. Tomás está exhausto, su cuerpo resiente cada golpe que ha dado y recibido. Mientras los demás gatos se dispersan, Bolita se acerca con una mirada preocupada.
—Tomás —empieza—, hay algo que debes saber sobre Naranjo. Su poder no solo es físico. La sombra que usó esta noche… no es algo que un gato normal pueda manejar. Naranjo ha hecho un trato con fuerzas oscuras, algo mucho más antiguo que nuestra manzana.
Tomás lo mira con el ceño fruncido, intentando ignorar el ardor en sus costillas.
—¿Qué quiere decir eso?
Bolita suspira, su mirada se oscurece.
—Lo que Naranjo no te dijo es que su fuerza viene de un antiguo pacto. Un poder que lo transforma, lo hace invencible… pero a un costo. Los gatos que han hecho pactos con las sombras como él… nunca vuelven a ser los mismos. Y hay algo mucho más oscuro detrás de todo esto, algo que ni siquiera él controla por completo.
El silencio cae como un manto pesado entre los dos. El viento sopla, levantando unas hojas secas que giran en espiral como si respondieran a una energía invisible.
—¿Cuántos más hay como él? —pregunta Tomás, en voz baja.
—No lo sé —responde Bolita, y por primera vez, su voz tiembla apenas—. Pero el pacto no es nuevo. Se ha transmitido de generación en generación. Algunos lo buscan por poder, otros por venganza. Y otros… ni siquiera saben que lo llevan dentro.
Tomás cierra los ojos un momento. El sabor metálico en su boca se mezcla con la amargura del miedo. Pero también hay algo más: una chispa. Un fuego.
—Si Naranjo no es el último de su clase —dice, con nueva determinación—, entonces yo debo detenerlo. No solo para proteger a los gatos de la manzana, sino para evitar que ese poder se propague.
Bolita lo observa con atención.
—Esta lucha apenas está comenzando, Tomás. Lo que acabas de descubrir es solo la punta del iceberg. Y créeme… hay cosas mucho más peligrosas esperando.
Un ruido lejano corta la noche. No es un maullido, ni un aullido. Es algo más profundo. Más grave. Como un susurro enterrado bajo tierra.
Tomás no lo dice, pero lo siente: algo ha despertado.
