Tomas, el guerrero de la noche Capítulo 4: Ecos del Pasado

Después de la tensa pelea con Naranjo, Tomás regresa a casa, sigiloso como siempre, saltando por la ventana del baño. Su cuerpo está agotado, sus patas doloridas por el combate, pero su mente sigue alerta. No puede dejar de pensar en el oscuro secreto de Naranjo. Con cada paso que da dentro de la casa, sabe que el mundo que ve su humano nunca será el mismo para él.

Al entrar en su rincón favorito, Tomás se limpia cuidadosamente, lamiendo su pelaje atigrado con movimientos rápidos, casi automáticos. Cuando termina, sube sigilosamente a la cama de su humano, buscando consuelo en la calidez de su lugar seguro. Se acurruca en la esquina de la cama, su cuerpo aún adolorido por la lucha. El sonido familiar de su humano entrando en la casa lo hace sentir una extraña calma. La puerta se cierra, y Tomás siente el aroma de la comida que su humano ha preparado, seguido del sonido del agua fluyendo en su plato.

Su humano, con una sonrisa cansada, llena el plato de Tomás con comida fresca y coloca un cuenco de agua limpia cerca. Se agacha y acaricia su cabeza con ternura, como si no supiera nada de las aventuras nocturnas de su fiel amigo. Tomás, con los ojos medio cerrados, disfruta de esa caricia, sabiendo que, por esta breve fracción de tiempo, está a salvo de todo lo demás.

Cuando su humano se va a acostar, Tomás se recuesta en su lugar habitual, al borde de la cama. El cansancio lo invade, y sus ojos se cierran lentamente. En el tranquilo silencio de la noche, Tomás comienza a soñar.

En su sueño, es un gatito pequeño de pelaje atigrado, con unos ojos grandes y curiosos. Ve a su madre, Lola, una gata gris de agilidad impresionante. La escena se despliega como una película antigua, llena de colores suaves y difusos. Lola trepa un árbol con la rapidez de un rayo, saltando de rama en rama con una gracia que Tomás nunca olvidará. Su madre siempre fue su heroína. Su pelaje gris, suave como la niebla, se mueve con la brisa, y su cicatriz en la pata, con forma de relámpago, es un símbolo de su fortaleza.

"Tomás, hijo mío, recuerda siempre que el mundo es grande y está lleno de aventuras, pero lo que te hace grande no es lo que logras, sino lo que eres capaz de enfrentar," le decía Lola con dulzura mientras le daba pequeños toques con su pata.

Luego, el sueño cambia. Tomás se ve en un campo abierto, corriendo tras su padre, Furia, un gato imponente de pelaje atigrado, más grande que cualquier gato que haya conocido. Furia era un guerrero, con una mirada feroz y una fuerza descomunal. Tomás, pequeño y lleno de energía, intenta seguirle el paso mientras su padre lo guía a través de las sombras del bosque.

"Lo importante no es solo la fuerza, hijo," le decía Furia con voz grave. "Lo que importa es cómo usas esa fuerza. En cada pelea, siempre recuerda quién eres. Y si alguna vez enfrentas a alguien que no puedes vencer, lo más valioso será saber cuándo retirarte."

Tomás siente una tristeza profunda en su corazón al recordar a su padre. La última vez que vio a Furia, estaba peleando con un gato enorme, un rival del que Tomás nunca llegó a conocer el nombre. El combate fue feroz, pero el misterioso enemigo de su padre lo derrotó sin que Tomás pudiera hacer nada.

Poco después de la muerte de su padre, Lola desapareció. Nadie sabe qué ocurrió, pero Tomás recuerda cómo, un día, ella simplemente no volvió a casa. No hubo rastros, solo la sensación vacía de que algo había sido arrebatado de su vida. Tomás siempre ha llevado esa cicatriz emocional, esa ausencia que lo persigue.

En el sueño, su madre le susurra una última palabra, como un eco distante: "Furia…"

Tomás despierta con un salto, su cuerpo empapado en sudor. La luz de la luna entra por la ventana, iluminando la habitación con una fría serenidad. El sueño lo ha dejado perturbado, pero también más determinado. Algo en su interior le dice que las respuestas sobre la desaparición de su madre y la muerte de su padre están más cerca de lo que cree.

Y que Naranjo, de alguna manera, está involucrado en todo esto.