El rincón de la mediocridad: Volver al búnker



Qué emoción: vuelvo a trabajar.
Espero que en los próximos días no se me acerque ningún objeto puntiagudo, ni me envenene un influencer con aspiraciones de filósofo. Pero entre trabajar y, Dios no lo quiera, hacer videos para alguna plataforma con fondo de luces LED y voz en off motivacional, prefiero la pala. Es más digno. Al menos la pala no necesita algoritmo.

Qué lindo cómo todo es cíclico. Vuelven los pantalones ajustados, las polleras chicas y las crisis geopolíticas estilo años 70. Medio Oriente arde, Rusia hace cosas de rusos y China, el verdadero gigante de Asia, observa desde su montaña milenaria mientras Trump grita en algún campo de golf. Falta que Pink Floyd se reúna y ya estamos.
Y Nintendo... bueno, Nintendo siempre igual: fiel a sus fans y a sus abogados.

También volvieron los clásicos debates de supervivencia: ¿antes o después de la próxima escalada militar? ¿Búnker, botellas de agua o, mi favorita post-COVID: papel higiénico?
Yo todavía tengo rollos del 2020. Un sabio me dijo una vez:

> “Nene, limpiate el culo en el trabajo. Que estos soretes te paguen por cagar.”
Y yo aprendí. Aprendí a cagar en horario laboral. Pequeñas revoluciones personales.



Hablando de búnkers: ¿en qué momento la gente, justo debajo de Disparos Unidos de Norteamérica, dejó de construir sótanos como si no estuviéramos a un Trump de distancia de que lo único que crezca en la Tierra sea el musgo radiactivo? Yo tengo un pozo en el patio: la piscina que nunca se terminó.
Y lo estoy empezando a mirar con cariño.
Un día voy a venir con unas copas de más, voy a tropezar con mis propias ideas y voy a amanecer en el fondo del pozo... abrazado al suelo.
Y la tercera vez ya no va a tener gracia.

Pero al final todos tenemos un búnker emocional. No volvemos a él para fortalecernos. Volvemos para no convertirnos en la versión tercermundista de Jason, Freddy o Michael Myers. Pero no el psicópata... el comediante. Ese sí da miedo.

Yo, por mi parte, regreso a mi trabajo. Me calzo el escudo de la rutina y espero con ansias el maníes mensual llamado sueldo.
Julio se viene con cositas, o eso me digo.
A menos que se venga la tercera, claro. En cuyo caso, voy buscando yodo y aprendiendo a identificar hongos comestibles.