Durante un tiempo fui moderador de uno de los grupos de Star Trek más grandes en Facebook. Entré con entusiasmo, con esa mezcla de nostalgia y hambre por debatir que solo un verdadero fan entiende. Pensé que ingresaba a la Flota Estelar, pero terminé en un tribunal klingon.
La ilusión se deshizo lentamente: cada vez que alguien defendía a Michael Burnham, era atacado; cuando alguien hablaba de inclusión o perspectiva de género, se lo silenciaba o, peor aún, se permitía el acoso. Esto generó roce, especialmente el 1 de junio: aún está registrado cómo me insultaron solo por compartir una imagen que buscaba mantener el espíritu de "infinita diversidad en infinitas combinaciones".
Un día, ya cansado, discutí por una publicación con una respuesta profundamente misógina que los administradores habían ignorado. Al pedirme que no fuera "tan sensible", respondí con una frase que no regalaría al vacío: "Libertad o muerte no es una frase. Es una promesa". Y me fui. Claro, vino el bloqueo. Me lo merecía, ¿no? Nunca me dieron motivos... Seguí haciendo lo mismo de siempre y, pum.
Ahora, usando multicuentas —como decía el maestro—, entro a espiarlos. La misoginia sigue allí. Publicaba en alguna cuenta "Let’s Fly": al principio como burla, pero con el tiempo entendí que no lo era. Era mi lema, mi consigna personal contra esa cultura cerrada, violenta y vetusta que intenta controlar el relato trekkie.
Porque Discovery me cambió. No al principio: primero la odié, luego la soporté, después la entendí. Y cuando me vi defendiendo a Michael Burnham con el corazón en la garganta, supe que la serie me había ganado. Aquella que los fundamentalistas del canon odiaban, me recordó por qué amé Star Trek.
Así me convertí en un disidente silencioso: un exiliado con uniforme de repuesto. Publico pequeñas frases, defiendo lo indefendible ante ellos. No para provocar, sino para recordarles lo que olvidaron:
Que volar siempre fue el punto.
Y que "Let’s Fly" no es burla: es resistencia.
