El rincón de la mediocridad: Reflexiones desde el inodoro

Mi nombre es Daniel Da Roza y hoy les propongo algo diferente una serie de reflexiones desde el inodoro. Sí, leíste bien. ¿Te has preguntado por qué este es un lugar tan particular para muchos de nosotros? Un rincón donde buscamos ese respiro para pensar en la vida, o quizás, para sumergirnos en TikToks de bailes con poco pudor o esas series que nunca terminan.
En mi caso, soy de los que no llevan el celular al baño. Intento tardar lo menos posible y aprovecho ese momento para mis reflexiones express. ¿Hay papel? ¿Y si un cura bendice las nubes desde un avión, la lluvia que cae es santa? ¿Los vampiros pueden ver películas del sol? ¿Hay papel? ¿Debería anotar que acabo de descubrir cómo unir las fuerzas? La verdad es que, entre estas preguntas y el existencialismo puro, el tiempo se nos escurre como diarrea.


También tenemos a los entrenadores zen del asiento sanitario, esa gente capaz de pasar 45 minutos allí dentro. Un tiempo que bien podrían aprovechar viendo el último capítulo de su serie, o construyendo castillos de arena... ¡uy, perdón si esa imagen de construir castillos con el esfínter les generó un trauma! Si es así, he triunfado como bloguero. Pero no me nieguen que en cada familia hay uno de esos que se "pierde" en el baño y uno termina preguntándole si está bien. Y claro, también está el que sospechamos que no se lava las manos... cosas que, lamentablemente, pasan hasta en las mejores familias.

Las Normas no Escritas del Asiento Sanitario

Claro, y no podemos olvidarnos de las normas no escritas del inodoro, especialmente cuando el tiempo apremia. Esa danza sutil entre disimular el "acto" y la esperanza de que el próximo usuario no detecte nuestra presencia olfativa. Porque admitámoslo, todos tenemos nuestras estrategias para "tapar el rastro", desde la descarga estratégica hasta el uso compulsivo del desodorante ambiental. Es una batalla silenciosa por la dignidad personal, o al menos, por evitar miradas incómodas.
Y si de civilidad y buenos modales hablamos, el inodoro ajeno tiene su propia dinámica. ¿Quién no ha entrado a un baño público o de visitas y, al percibir ese "aura" post-uso, se pregunta si el anterior ocupante creyó que los ambientadores eran un mito? O peor, si el miedo a no encontrar escobilla nos convierte a todos en artistas de la abstracción. Al final, en este espacio tan íntimo, la cortesía se mide en olores disipados y en la ausencia de "sorpresas" para el próximo.

Muy bonito todo, pero como decía el Tío Alberto –y digo "decía" porque lleva dos años en el baño, hasta le hicieron un altar en casa–. Otros aseguran que se fugó con la secretaria a las Islas Canarias para iniciar una nueva vida como Max Power, un fontanero isleño con parche en un ojo. También están los que creen que la tía finge demencia y que él la dejó por insoportable. Yo, personalmente, prefiero pensar que está en un viaje astral o, quién sabe, en un viaje Rexona, dependiendo de la marca del jabón de baño. En fin, me voy a terapia que comí lentejas.